Era costumbre en mí ir cada domingo a contemplar la parte abrupta del río.
Aquel paraje siempre me atrajo; para acceder a él, tenía que recorrer unos quinientos metros de angosto camino rodeado de enormes matorrales. Una vez llegado a mi destino, podía observar el viejo y robusto puente de madera que cruzaba el río y las dos tupidas alamedas que lo flanqueaban ; ambos parecían velar por su tranquilidad. Llamaba la atención la enorme cantidad de pájaros que sobrevolaban aquella corriente de susurros uniformes. A poca distancia del puente, había un tramo en el que el río descansaba y parecía formar un estanque; en él, los nenúfares, bellas y femeninas flores de nombre masculino, emergían orgullosos de aquellas tranquilas aguas, cobijando con sus anchas hojas a los pequeños e inquietos gobios que huían del sol.
Allí me sentía bien, mis zozobras se desvanecían y mi alma alcanzaba el umbral del equilibrio interior. Apoyado en el barandal del puente y sin dejar de observar aquel magnífico lienzo, escudriñaba mi azarosa vida cotidiana; ¿valía la pena esta lucha constante por destacar en la vida? ¿ era noble sobrevivir arrastrado voluntaria y cobardemente por la corriente de la docilidad para sortear sin sobresaltos los vericuetos que la sociedad imponía? ¿era inherente en mí el anhelo de aparecer bien ante los demás? ¿tan importante era lo que pensaran otros sobre mí? ¿estas escapadas al río eran otra forma de cobardía para sentirme mejor con el solo fin de soportar mi mezquindad?.Siempre me hacía las mismas preguntas, siempre me quedaban las mismas dudas.
Al caer la tarde decidí volver a la ciudad; mientras mis pasos se ahogaban en el lodo que barnizaba el camino, sentía que dejaba atrás mi bálsamo semanal; los pájaros ya no sobrevolaban el paisaje; la poca luz deslucía la belleza de los nenúfares e incluso el dulce y tranquilo rumor del agua se estaba agitando; al mismo tiempo la corriente parecía inquietarse y de los susurros pasó a los lamentos.
-¡María, coño, siempre igual, no hay una puta cerveza en la nevera!
La miré furioso, fulminante. Abrí la puerta de casa, la cerré tras de mí con violencia y me dirigí al bar a ver el fútbol.
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