Eso sí, no le ha sido nada fácil. Para que Mey -cuyo nombre real es Maydel- llegara hasta aquí a sus 27 años, ha tenido que recorrer un largo camino pleno de contradicciones. Confrontándose a diario entre los valores de su país, el que ama y defiende por sobre todas las cosas, y su nueva vida en Chile, plena de las tonalidades, retos y exigencias propios de la economía de mercado. Todo un sistema que ella desconocía hasta el minuto en que decidió partir a estas tierras, diez años atrás.
Su madre es oftalmóloga y mayor de las Fuerzas Armadas, una mujer siempre muy activa políticamente, mientras la historia de su padre es bien distinta. Un poeta, que nunca simpatizó con la causa de la revolución, hijo de una familia adinerada que tuvo que aceptar a regañadientes el nuevo sistema político. “La revolución le quitó a la familia de mi papá para darle a la de mi mamá, que era muy pobre”, comenta Mey.
¿De dónde viene el nombre Maydel?
Es un invento de mi papá. Todos los nombres de los cubanos son inventados. A mi padre se le ocurrió el sonido Maydel, que es una mezcla entre cómo suena la palabra “mía” en inglés y la palabra “del” en castellano. El cubano tiende mucho a hablar spanglish, entonces Maydel significa mía y del que se case y se la lleve cuando sea grande. Yo me moría de la risa cuando era chica y él me contaba esta historia.
¿Fidel Castro es tu ídolo?
No. Idolo es una palabra muy fuerte. Para mí Fidel Castro es el comandante en jefe de mi país, porque así es como le llamamos. A mí me ha dado la posibilidad de medicinas gratis hasta los 19 años, tal como se la ha dado a cada uno de los cubanos, sean más pobres, más negros, más blancos. Educación en Cuba hay para el que quiera estudiar, no para el que pueda. Yo respeto a Fidel Castro. Pienso en lo que él significa para mi mamá, a quien le dio la posibilidad de hacerse médico, de tener una familia.
¿Qué le cambiarías a tu país?
Sacaría, así metafóricamente, las garras de EE.UU. de arriba de mi país. Y obviamente que Cuba tiene que sufrir cambios, aunque esos cambios que da el desarrollo nos van a convertir en un país más del mundo, va a entrar la competencia, el individualismo y vamos a perder valores preciosos que ya no existen en otros lugares.
¿Cómo defines tu relación con Chile?
Chile es también mi país, porque yo llegué a los 19 años, he crecido acá, me he hecho adulta en Chile, le tengo mucho que agradecer. Los dolores de Chile han llegado a ser mis dolores.
Salió de Cuba en 1994 con un equipaje mínimo, invitada por una familia chilena que fue de vacaciones a su país. Alguna vez había presentido que construiría su destino lejos de la isla. Por eso, aunque vino, como ella dice “a pasear”, reconoce que viajó con la ilusión de labrarse algo propio, luego de haber dejado el buceo tras el dolor que le provocó la muerte abrupta de su profesor mientras lo practicaba. Un deporte que ha tratado de retomar en Chile, pero las frías temperaturas de las aguas la han hecho desistir
Aquí ancló primero por amor: Se enamoró perdidamente de un chileno. Y de prórroga en prórroga de la visa de turista, se fue quedando. “Las he visto peludas”, comenta, recordando los primeros tiempos en Chile, cuando apenas podía echarse al estómago una sopa de sobre y estuvo a punto de hacer las maletas para irse. “Tuve épocas muy malas, muy tristes, en que lloraba sola, gritaba sola, llamaba a mi mamá a gritos sola...”. Pero aguantaba, porque “no quería volver con las manos vacías. Sí me preguntan por qué vine a Chile, yo diría que fue por curiosidad, por aventura”.
El amor se acabó, pero se impuso nuevas metas. “Ya tenía 21 años y no era la época de volver con la cabeza gacha y ponerme a estudiar una carrera y empezar de cero. Entonces, fueron un montón de cosas las que me hicieron quedarme. Yo creo que también me acostumbré a que lo que quisiera tener, lo podía conseguir trabajando. Pero, sobre todo, me di cuanta que desde acá podía ayudar mucho más a mi familia que estando allá, mucho más”.
¿Y la has ayudado durante esos años?
Por supuesto, eso es lo que me permite estar todos los días, hace 10 años sola. Porque aunque tengo millones de buenos amigos y estoy de novia (pololea y convive con el modelo chileno Rodrigo Valencia, que trabaja en Gigantes con Vivi) es fuerte tomar la decisión de pasar el resto de tu vida lejos de tu familia. Mis hermanos crecieron (Jesús y Jorge Luís, ambos de 19 años) y yo me he perdido toda su vida. Los veo durante un mes cuando voy a Cuba, y en un mes tú no puedes saber exactamente quiénes son.
El relato de sus primeras impresiones sobre Chile recuerda al de una provinciana que visita por primera vez la urbe y habla por oposición de las penurias que han pasado los cubanos durante los últimos años, bloqueo económico, caída de los muros y cambios del rayado del mapa político mundial mediante. “A mí los edificios, los carteles luminosos me llamaban la atención. Había y hay un desarrollo notable en la ciudad. Estaba fascinada. Chile era un lugar donde había de todo, en el que tú con plata ibas y comprabas el pedazo de carne del porte que te daba la gana, el pollo que querías comer. Lo que quisieras, con plata, trabajando, lo podías tener”.
Eso también le provocaba desencuentros, porque, y lo dice con una ingenuidad que enternece, descubrió que había de todo para comprar, pero no todos podían hacerlo. “Ahí me empiezo a explicar las clases sociales. Hoy estoy clara de que existen las clases sociales, pero yo no soy clasista, y creo que no lo voy a ser nunca”.
Después de haber conocido esto, tu que en Cuba vivías con aire acondicionado, con auto a la puerta, como has relatado, ¿distinguiste diferencias sociales en Cuba?
Sí tú te pones a mirarlo detalladamente, de alguna forma hay clases, sin ser tan marcadas, porque están los médicos, que tienen un mejor vivir; los militares, que tienen muchos más beneficios, porque igual es una forma de incentivar a la gente. Hay personas que viven en mejores casas. Y eso yo no lo veía. Pero también te das cuenta que lo fundamental es que entre la gente no existe clasismo. Que sí tú llegas a un hospital en mi país atienden exactamente igual a una persona que venga con la camisa rota, que a una que venga de traje y corbata, que creo que deben ser muy pocos, porque allá nadie ocupa traje y corbata.
Chile la obligó a cambiar esquemas, aunque no fueran de fondo, como le gusta precisar: “Me crié en Cuba, con esa forma de ver la vida, entonces llego acá donde hay ciertas personas que me decían señorita, donde de repente supuestamente yo tenía que decirle señorita a otra persona. Me costó mucho decir señor, porque para mí todo el mundo es compañero, y no es un tema de comunismo, es un tema de humanidad, por lo menos así lo siento yo, porque tuve una crianza así. Decir señor era agachar la cabeza frente a alguien y porqué tenía que agacharla, ¿por qué tenía una mejor situación económica que yo?
Sin embargo, tuviste que hacerlo?
Sí y aprendí que en la vida uno tiene que ir despojándose de los complejos. No creo que porque le diga señor a alguien vaya a ser más o menos.
Cuando llegaste a Chile te impresionó el gasto de luz para iluminar las calles, la cultura del derroche.
Sigo creyendo que es un gasto de energía innecesario... A mí me cuesta todavía hasta para freír huevos?Yo no frío huevos con grandes cantidades de aceite. Me cuesta comprarme cosas lujosas, porque pienso que es un dinero que estoy malgastando, cuando en realidad lo puedo mandar a Cuba y hacer que mi familia esté mucho mejor.
Comparando la vida en Cuba y Chile, ¿se puede ser feliz igual?
Desde donde yo lo veo, eres más feliz allá, porque te haces menos esclavo de las cosas. Te vas dando cuenta que las cosas no te hacen feliz, que sólo te acomodan y te hacen la vida un poco más fácil.
De militante de las juventudes comunistas al mundo del modelaje. ¡Qué cambio más radical!
Mucho. Es cortante. Yo tengo una vida marcada desde el 18 del diciembre del 1994 hacia atrás, y desde ese momento hacia delante, cuando viajo a Chile. Son vidas totalmente distintas: una es la de Maydel y la otra es la de Mey, así las corto yo. Mey es una mujer que ha aprendido a vivir con frialdad, que ha tenido que subsistir y convivir con muchas cosas que Maydel no lo soportaría. Yo creo que me cambié el rol en algún minuto, sino no hubiera aguantado. De alguna forma, yo siempre tomé el camino más difícil, y no me arrepiento, porque es más difícil y te cuesta más, pero es más firme.
¿Cómo es trabajar en un ambiente donde prima la estética, el valor del cuerpo, la mujer objeto?
Todavía me cuesta, todavía estoy adaptándome. Llevo esto con mucha confrontación interna, todos los días de mi vida. Sobre todo ahora que me ha tocado estar más expuesta y he conocido otras realidades. En todo lo que uno empieza hay que avanzar, desarrollarse y en eso estoy. Yo empecé como promotora de supermercado, y no me avergüenzo en absoluto, trabajaba por nueve mil pesos diarios, de 10 de la mañana a las 10 de la noche.
De ahí en adelante su carrera fue sólo en ascenso. Pasó a ser anfitriona en eventos especiales y galas, luego a los team de verano promocionando marcas y bailando por distintos lugares de Chile. Se metió a modelar y muy luego llegó a hacerlo en la televisión. Siguió subiendo. “Entré a notera, y de notera llegué a ser una especie de co animadora, me avergüenza decirlo así, porque yo intervengo poco, sólo cuando creo que tengo algo que decir”, comenta refiriéndose al papel que desempeña en La última tentación.
Mirando hacia atrás, ahora que ha arrendado un departamento en Vitacura y que recibe buenos recaudos económicos de los dos programas en los que trabaja, además de otras contrataciones eventuales para animar eventos; se declara. “Me siento muy bien, nunca lo busqué y llegó”. Y como es de las cubanas que rescatan la santería (“es parte de la cultura de mi país y la respeto mucho”), esa religión traída por los esclavos negros hace mucho hasta la isla, aprovecha de agradecer a las deidades africanas. “Esto es obra de Yemayá y Oshún, pero indiscutiblemente del Elegua”. Es un agradecimiento poético, qué duda cabe, porque Elegua, que tiene su símil en San Antonio de Padua, es nada menos que el dueño de los caminos y puertas de este mundo?
Aldo Schiappacasse te ofreció que fueras coanimadora, ¿eso te ha ayudado a reconciliarte con Maydel?
Estoy muy agradecida de eso. De alguna pequeña forma sí que me he reconciliado un poco con Maydel y es porque también se me está dando la posibilidad de poder ayudar a mucha gente a la vez (apoyando campañas, por ejemplo, dice). Tengo que usar bien el poder que me da ser personaje público. Yo no tengo problemas de ego, de vanidad, obviamente me gusta verme bonita como a cualquier mujer. Supuestamente yo debería andar más producida porque me lo pide la misma gente, andar de tacos, poleritas aminadas? Pero ojalá, y lo digo de todo corazón, tuviera una máscara para trabajar, salir, quitármela y ser Maydel, y no tener que andar con Mey colgada del cuello todo el día.
¿Cuáles son tus aspiraciones?
Me encantaría encontrar el equilibrio exacto entre Mey y Maydel, porque a las dos las quiero, porque de las dos tengo cosas buenas y cosas malas.
¿Te gustaría seguir el camino de la animación?
Si, en SQP (Sálvese quien pueda) yo mostraba un lado de carrete, de alegría, de energía, de fuerza, pero no siempre soy así. Yo no te puedo conversar de cosas súper intelectuales, sí te puedo conversar de mis vivencias como persona, todo lo que quieras, y puedo llegar a sentir lo que tú estás sintiendo. Es un poco lo que me pasa en el programa de Aldo, yo escucho historias, conozco gente y me atrevo a preguntar cuando creo que esa pregunta me la podrían hacer a mí. Si te fijas, en el programa de Aldo jamás me senté a hablar con un político, no daba ha lugar.
¿Y cómo te sientes en Morandé con compañía, donde tienes otras exigencias más histriónicas?
A Morandé con compañía entré con mucho susto. Hoy sé que es la mejor decisión que he tomado, lejos. Porque si bien puedo ser una mujer sensual, una mujer que inspiro ese tipo de cosas, yo no me siento diva, no me siento estrella y eso lo he podido comprobar. Además, logré quitarme ese miedo de que la gente me viera como una mina puramente pechuga, cuerpo, y seguir el juego de la mujer objeto. Cuando me saqué ese miedo, empecé a disfrutar Morandé con compañía muchísimo. Reconozco que hay cosas que se dicen que no me gustan, pero hay cosas que sí me gustan. Me da cercanía con la gente. Hay mucha gente que critica el programa, pero cómo te explicas que lo vea tanta gente.
¿Cómo te llevas con la fama y cuál crees tú que es el secreto de ese éxito?
Es fuerte ser conocida, me da vergüenza, no sabía que podía llegar a ser tan tímida. Al principio me daba mucho susto, pero gracias a que he recibido mucho cariño de la gente, lo he ido superando. Por eso preferiría tener una careta, preferiría volver a ser anónima. No quiero cambiar a extremo mi forma de ser. Si no soy real, auténtica, no gusto. Por lo menos yo creo que a mí lo que me ha hecho bien y me ha ayudado con el éxito que tengo hoy es ser como soy: no me vendo, no te muestro algo que no soy.
¿Con qué sueñan Mey y Maydel?
Mi mayor sueño es tener a mi familia junta, no sé si aquí o allá, y también formar una familia, tener hijos. Necesito eso, he estado mucho tiempo sin familia.
¿Cómo se lleva una chica de la revolución cubana con un hombre de derecha como Kike Morandé?
Yo creo que no es una chica de la revolución... Yo soy Mey y él es Kike, y nos tratamos con mucho respeto, porque nos vemos como personas, no como partidos.
¿Con quién se queda, Schiappacasse o Kike?
Con los dos, es como preguntarme ¿Mey o Maydel?
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